Diseño y felicidad.

El diseñador más premiado del mundo habla más de felicidad que de diseño, pero enseña mucho del diseño que hace su estudio Sagmeister &Walsh y con eso parece suficiente para encandilar a la audiencia.

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El tema de la felicidad no es nuevo para él, lleva varios años explorando e investigando sobre la cuestión y como consecuencia de ello ha elaborado una especie de felicitrómetro, que le sirve para testar el nivel de felicidad de su audiencia. Al inicio de su charla, poca gente llegaba al nivel máximo; la gran mayoría se quedaba en el intermedio bajo.

Su prioridad de los últimos años es terminar su largometraje sobre la felicidad, algo que podría ver cumplido a finales de este año. Mientras, y como forma de allegar fondos para financiar la película,  ha realizado una serie de exposiciones con contenido sobre la materia. Unas exposiciones que no respetaron los espacios expositivos e invadieron las zonas comunes, como ascensores, escaleras o  aseos.

Sagmeister distingue tres niveles de felicidad. Pasar de un nivel a otro es cuestión de tiempo e influye el tiempo que somos capaces de ser felices. El nivel 1 lo define como “alegría” o “placer”; el nivel 2, como “satisfacción” y el tercer nivel sería cuando la felicidad podría durar toda la vida.

La felicidad de la gente para el diseñador austriaco depende en gran medida de una serie de factores que se pueden aislar. Influye la actividad que se desarrolla—el realizar tareas que no sean repetitivas–, las condiciones de vida, el dinero, el género –ser hombre  o mujer es también un factor que condiciona–, la apariencia, la salud, el estado civil y hasta el profesar o no una religión. Afirma que son más felices los casados y religiosos, aunque en su caso incumple ambas condiciones y se declara agnóstico y  soltero.

Después de la descripción vino la receta. A la hora de sentirse mejor y ser un poco más felices hay tres estrategias. La primera es la meditación. El la aprendió en Bali y desde casi el principio de su actividad profesional cada siete años se toma un sabático a modo de oxigenación. La segunda estrategia es la terapia cognitiva y la última, las drogas y fármacos. Aquí ya no entró en si las practicaba o no.

Para promover la felicidad de los visitantes,  en las exposiciones se colocaron  unas  máquinas donde coger un ticket. Cada ticket contenía un pequeño mandato, en total había 50 diferentes. Uno de ellos consistía en enviarle un mensaje al propio Sagmeister con un chiste. Otra de sus acciones iba dirigida a contagiar sonrisas, porque si uno sonríe, dijo, sonríen todos. Cada acción dentro de la galería tenía un objetivo, como por ejemplo una bicicleta estática que al mover los pedales generaba electricidad que iluminaba unos neones. El sentido de esta acción es que el ejercicio también genera un estado de felicidad.

Para acercarnos a la felicidad también es necesario ser agradecido, ser una persona empática y humilde. En una parte de su vídeo vemos grandes frases, “La autoconfianza produce buenos resultados”, “el preocuparse no resuelve nada”, “la vida será más rica si estás dispuesto a arriesgar más”, “échale huevos, siempre funciona”.

Sagmeister aconsejó no olvidar toda la inspiración recibida en el Día C, y si se nos ha ocurrido algo, o tenemos un proyecto entre manos, lo mejor es fijarnos una fecha para empezar; eso  siempre aumenta el bienestar.

¿Qué es lo que nos hace felices? Tener muchos amigos y que sean buenos, la religión, las actividades, cantar en grupo. Por esto último, Sagmeister levantó  a toda la sala y a modo de karaoke hizo cantar al auditorio el Himno de la Alegría con una letra acorde al evento. Tras cantar la canción, volvió a pasar el felicitrómetro y esta vez el nivel alcanzado por la audiencia subió ostensiblemente.

 

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Stefan Sagmeister