Reflexiones –sin azúcar– sobre el arte de emprender sonriendo.

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Por Ignasi Giró. Diseñador de servicios y productos. Autor de ‘Teoría optimista del fracaso*’ (Koan Libros, 2019). Socio co-fundador de regalador, empatree, Honest&Smile y algunos inventos más.

ACLARACIÓN INICIAL

Desde el Club de Creativos me invitan a compartir las aventuras que he vivido como emprendedor, sabedores de que me he liado algunas veces la manta a la cabeza y he montado varias empresas, incluso lanzado algunos productos al mercado, todo ello con distintos niveles de «éxito» y sus buenas dosis de fracasos*. Pero antes de empezar, dejemos las cosas claras: yo jamás vendí una «Startup» a Google ni levanté millones de euros en aplaudidas rondas de financiación. Si buscas la «fórmula mágica» de un tipo mega-exitoso que ha salido en Forbes, este no es tu artículo. Por el contrario, si te inspira saber que una vez terminé componiendo y mandando una canción a todos los seres humanos que me habían comprado un producto –cuando no lograba acabar su fabricación– quizás lo que voy a contarte te pueda resultar de utilidad.

Dados los pertinentes avisos protocolarios, lancémonos al ruedo. ¡Ale-hop!

 

PARTE I –  El «best of» de mis grandes errores

Detesto las gentes que sólo hablan de sus éxitos. Personalmente, me gusta definirme como un experto en fracasos*. Así que empezaré con una selección de mis mejores errores y algunos aprendizajes que de ellos nacieron.

«Voy tirando solo y luego ya, si eso… «

Mirando atrás me doy cuenta de que muchas veces caí en el error de querer hacer en solitario cosas que jamás debería haber hecho solo. Ya sea porque no tienes fondos, porque infravaloras las dificultades o simplemente porque te enamoras en exceso del proceso de diseño y te olvidas de sacar la cabeza y mirar a tu alrededor: ocurre a menudo. Por eso, es fundamental saber pedir ayuda periódicamente; montar un equipo; no meterse en según qué líos sin los recursos adecuados. El mundo está lleno de gentes que, si se enamoran de tu proyecto, lo harán suyo también, enriqueciéndolo de formas que jamás podrías hacer solo.

«¡Perfeccionemos el prototipo un poco más antes de hacer el 1er test de usuarios!»

Se habla mucho del MVP (Minimum Viable Product), que viene a ser algo así como una primera versión del invento que pruebas con usuarios reales para validarlo o mejorarlo antes de lanzarlo a gran escala. Sin embargo, nadie suele mencionar lo tremendamente difícil que es detectar cuando un producto deja de ser «excesivamente mínimo» para convertirse en «suficientemente viable». Tras algunos batacazos llegué a la conclusión de que es mejor pecar de «excesivamente mínimo» –y que es imperativo evitar perfeccionar algo en exceso sin haberlo probado aún con nadie. Nada es más valioso que ver a tu madre trasteando con una versión inicial e imperfecta de tu idea. Y nada es más peligroso que diseñar a ciegas, sin tener en cuenta a tus futuros clientes o usuarios, confiando en tu intuición como única brújula fidedigna.

«Vamos a darle otra vuelta al documento Propuesta_de_valor_FINAL_v234_b.doc»

Antes de lanzar Honest&Smile pasamos muchos meses definiendo y re-definiendo el posicionamiento de la agencia ¿O era más bien una consultora? ¿O un estudio? ¿O…? Lo entiendo: vas a crear tu (añade aquí lo que quieras) y te apetece darle forma, que quede impecable, ser fiel a la visión. Está bien, denota que te apasiona el proyecto. Pero tengo una mala noticia: tu idea no vale un pimiento si no hay alguien que te la compre o un plan de viabilidad económica que permita subsistir el tiempo suficiente para encontrarlo. ¿Mi gran aprendizaje? Es clave elaborar deprisa una primera propuesta de valor y salir a colocarla cuanto antes. Escuchar. Ajustar. Vender. Validar que aporta valor al mundo o, cuando menos, a alguno de sus habitantes. De poco sirve un PowerPoint idílico si nadie desea usar tu servicio o sacar un euro del bolsillo para comprarlo.

«¡Montemos la S.L. y ya luego vendrá el dinero!»

Crear un producto conlleva cantidades ingentes de tiempo y de dinero. Esto es válido tanto para un coche eléctrico como para un utensilio de madera. Simplemente, en el primer caso el tiempo se mide en años y el presupuesto en billones. Pero no infravaloremos «lo pequeño», porque todo, absolutamente todo, es enormemente complejo. Además, mantener un negocio, el que sea, implica desde el minuto 0 gastar dinero. Esa es la gran certeza del emprendedor: las facturas. Hay mil cosas que van y vienen, pero la certeza de tener que pagar tus facturas no te abandona nunca. Por ello es altísimamente recomendable, el día en que por fin levantes la persiana, o tener clientes que paguen por tus productos o tener el dinero suficiente para sobrevivir hasta que eso ocurra.

«Salimos en la tele: ¡Todo va bien!»

Hubo momentos en que lancé productos que generaron gran notoriedad. La Lovebox, por ejemplo, fue todo un «hit». La Timeless Box dio literalmente la vuelta al mundo. Pero de artículos en Wired no se come. Mirando atrás me doy cuenta de que a veces me faltó prudencia y más planificación detallada. La ilusión de ver que tu idea genera interés e impacto puede confundirte. Hay que regresar periódicamente al Excel. ¿Está entrando dinero? ¿Cuándo vamos a capitalizar el prestigio? ¿Algún inversor puede apoyarnos? Lo sé: no apetece mirar una hoja de cálculo cuando sumas visionados en Youtube. O ir a eventos de networking y confesar que los del banco no te cogen el teléfono. Pero la supervivencia del sueño también depende de ello. El Excel es nuestro amigo y hay que estar a buenas con él.

 

PARTE II – ¿Qué puede salir mal?

Está genial ser optimista. Si estás planteándote emprender, sin duda lo necesitarás. Pero antes de darle al botón del ‘Sí, quiero’ es bueno recordar también la miríada de cosas que pueden salir mal.

Lo más probable es que lo pierdas todo.

Las estadísticas son demoledoras: solo 3 de cada 10 empresas españolas sobreviven al quinto año de existencia. Sea lo que sea que quieras montar ahora, hay muchas probabilidades de que en 5 años ya no exista y hayas perdido todo el dinero invertido en ello. ¿Estás dispuesto a asumir este riesgo? Imagina 10 emprendedores dispuestos a lanzar su empresa, leyendo este artículo a la vez. Ahora elige a los siete que no van a lograrlo. Imagina que eres uno de ellos. ¿Qué ocurre? ¿Cómo te sientes? Hay un 70% de probabilidades de que tengas que gestionar ese fracaso*

Los nuevos productos fracasan* casi siempre

El 85% de los nuevos productos lanzados al mercado no logran jamás establecerse ni generar beneficios. Dicho de otro modo: de cada 20 nuevos productos, solo dos llegan a la edad adulta. ¿Conclusión? Si queremos inventar algo que permanezca es imperativo tener un plan que nos permita intentarlo varias veces. Estar preparados para virar a tiempo. Mantenernos dispuestos a aprender y a adaptar. Porque si ponemos todos los huevos en una sola cesta, es fácil que nos quedemos sin tortilla. De aquí extraigo también el aprendizaje de que el clásico «emprendo porque encontré La Gran Idea» suele ser un error mayúsculo. Rara vez la empresa «exitosa» lo es con su idea inicial. Eso no significa que esa idea no sea importante: es el motor que nos pone en marcha, la Ítaca –Kavafis mediante– que nos animó a adentrarnos mar adentro.

Solemos emprender por las malas razones, en el mal momento y con los socios menos adecuados

A veces es porque nos han echado del trabajo y no sabemos qué hacer. Otras porque queremos tener más libertad y menos estrés –sí, algunos piensan que su vida será más sencilla si dejan el curro, hipotecan la casa y lanzan una «App» de contactos. O porque nos apetece trabajar con nuestro amigo de toda la vida. En fin, hay mil y una formas de equivocarse. Lo cual no quita que no se puedan cometer cientos de errores y salir triunfante del envite. Pero una cosa está clara: emprender no es el camino fácil, más bien todo lo contrario. Puede implicar grandes costes profesionales y personales. Antes de hacerlo te recomiendo ser muy consciente de las causas profundas que te llevan a ello y prepararte concienzudamente para la escalada. Porque esto se parece más a subir el Everest que a dar un paseo en bicicleta.

 

PARTE III – Luz al final del túnel

¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo elegir entre emprender o no? ¿En qué condiciones hacerlo? ¿Vale la pena hacerlo? Disculpa si he sido extremadamente duro en mis reflexiones. Avisado estabas de que este café venía sin azúcar. No añadiré ahora miel a destajo, pero sí tengo dos cosas que quiero compartir contigo. Podrían considerarse las ‘luces al final del artículo’ –si me permites la licencia.

La primera es una convicción: Mi íntima y sincera convicción de que, pese a los errores y los sudores sufridos durante el camino, hice bien en emprender y no me arrepiento en absoluto de haberlo hecho. Lo que viví y aprendí compensa con creces todos mis momentos amargos y todas mis noches de insomnio.

La segunda es una lista: Una serie de preguntas que inventé para ayudarme a mí mismo a decidir si doy o no doy el salto antes de lanzarme hacia algo nuevo. La comparto aquí contigo, esperando que pueda aportarte claridad en caso de dudas.

 

1 – ¿Te hace mucha, mucha, mucha ilusión llevar a cabo este proyecto?

2 – ¿Lo que quieres crear hará del mundo un lugar mejor?

3 – Incluso si tu empresa fracasa*, ¿habrás aprendido algo valioso emprendiendo que difícilmente podrías aprender de otra forma?

4 – ¿Puedes asegurar que no asumirás un riesgo económico que hipoteque tu futuro o el de tu familia? 

(soy muy estricto con esto: jamás apuesto en el casino el dinero que no pueda dar por perdido)

5 – ¿Tienes el equipo y/o los recursos necesarios para construir un primer prototipo de tu idea y validarlo con clientes reales en menos de seis meses?

6 – ¿Estás dispuesto a adaptar tu idea inicial al mundo si al mundo no parece seducirle? 

7 – ¿Estás en un momento personal adecuado para asumir los riesgos económicos, las incertidumbres y las cargas de trabajo que esta aventura implica?

8 – ¿Tus personas más cercanas –a las que irás a llorar si pintan bastos y las que sufrirán tus caras largas cuando el camino se tuerza– te animan a dar el paso?

9 – Finalmente, de nuevo: ¿Te hace muy feliz poder hacerlo, poder vivir esta aventura, independientemente del resultado, de si ‘la gran idea inicial’ cambia, de si ganas mucho o poco o nada de dinero con ella?

 

Si respondo con un ‘Sí’ a la mayoría de estas preguntas, considero seriamente lanzarme a la aventura. De lo contrario, espero.

PARTE IV – Asteriscos y despedida

Me despido ya. Parodiando a Lincoln, disculpa que el artículo sea tan largo, no tuve tiempo para hacerlo más corto. Antes de irme retomo el único asunto pendiente:

* – Todos los asteriscos que he dejado caer cada vez que he escrito la palabra fracaso.

Verás, sinceramente opino que todo fracaso es una trampa. Un engaño. Hay tipos que venden millones de unidades de algo y se sienten unos miserables. Y otros que llevan cinco empresas fallidas pero siguen sonriendo. Hay productos que desaparecieron hace años pero que son recordados con cariño. Y servicios que perviven de la forma más mediocre y anodina. La cuestión es: ¿qué demonios significa fracasar para ti? En la respuesta que des a esta pregunta yacerá la esencia de tus éxitos.

Lo demás es cuestión de hinchar velas, levar anclas, remar fuerte y disfrutar.

Ignasi Giró

París, Septiembre de 2020